ESTA
ES UNA HISTORIA DE AMOR COMO OTRA CUALQUIERA
El día en que a la nariz de Feta llegó el
varonil aroma de Mo supo que había encontrado al hombre de su vida.
Eran las 7,30 de la mañana de un 14 de julio, la oficina del paro abría a las 8 y cuando
Feta llegó ya había una veintena de personas esperando en la cola. Después de
un par de minutos en la fila comenzó a llegarle un ligero aroma de sudor rancio
mezclado con un delicioso olor a pies que le hizo cerrar los ojos y aspirar
fuerte intentando averiguar quién era el hombre, ese olor era masculino por
supuesto, que despedía ese tufo maravilloso. Nunca en toda su vida había olido
unos pies con ese pequeño matiz de roquefort interfiriendo entre el cabrales que
tanto le excitaba. El olor era tan intenso que poco a poco fue opacando los
olores a limones salvajes del Caribe, flor de cerezo japonés, vainilla negra de
Madagascar, piña colada y demás olores
exóticos que tanto se habían puesto de moda en los geles de baño. Esos olores
realmente la mareaban. No había nada mejor que el olor a sudor a ser posible
con unos cuantos días de maceración, pues las diferentes capas se iban
superponiendo formando una mezcla de olor intenso, algo avinagrado pero
dulcificado por las pequeñas vetas fecales que dotaban al cuerpo de unos
efluvios verdaderamente intensos. Intrigada, comenzó a inspeccionar todos los
pies masculinos que se encontraban delante de ella. Enseguida creyó localizar las fantásticas
deportivas, que en su día fueron blancas, que calzaba un hombre al que no veía
la cara porque se encontraba cinco puestos más adelante que ella. Sí, no había
duda, era él, el resto de pies eran de mujeres o de hombres con sandalias bien
ventiladas y los pies con aspecto de haber sido lavados esa misma mañana. Era
increíble lo que le gustaba a la gente lavarse.
Visto desde atrás el hombre parecía muy
interesante. Bajo y regordete, llevaba una camisa de manga corta de color beige, en la que se
transparentaba una camiseta blanca de tirantes,
metida por dentro de unas bermudas de cuadros verdes y blancos con
bolsillos a los lados y un cinturón marrón. Las deportivas cuasi blancas y los calcetines de deporte con rayas
rojas y azules completaban una imagen elegante pero informal. Cuando el hombre
levantó el brazo para rascarse la coronilla desprovista de pelo y Feta comprobó
los diversos discos de sudor que se habían marcado en la camisa, comenzó a
maquinar la manera de acercarse a él, pues estaba segura de que su aspecto por
delante le agradaría aún más. Un pálpito en su corazón le decía que esta vez
era la definitiva y que por fin iba a encontrar al hombre con el que compartir
el resto de sus días. Dispuesta a poner toda la carne en el asador, le pidió a
la chica que estaba detrás de ella que
le guardara el sitio y sin dudar se dirigió hacia él mientras sacaba un cigarrillo de su bolso.
Mo se había fijado en Feta desde que la
vio avanzar por la calle en dirección a
la cola. Esta sí que es una hembra, pensó. Ataviada con unos pantalones cortos
y una camiseta de tirantes roja movía su abundante anatomía con una gracia que
la hacía parecer una modelo de las que salen en los anuncios. Sus muslos chocaban
uno contra otro produciendo un efecto como de flan en su abundante celulitis
y sus pechos enormes y caídos hasta el
infinito se juntaban con su abdomen formando una inmensa masa amorfa de la que
Mo no podía apartar los ojos, tal era el efecto hipnótico que le producía todo
el conjunto. Cuando llegó a su altura se fijó en su cara, una cara que encajaba
perfectamente con su cuerpo para formar el todo más armonioso que había visto
en su vida. Aunque por timidez no se había atrevido a mirarla directamente a
los ojos, le había llegado su olor, una intensa vaharada de aroma a pescado
ligeramente pasado de fecha que lo había golpeado como una ola produciéndole un
embriagador atontamiento que lo había
dejado casi sin respiración. Y ahora
estaba allí, a su lado. Ella se había acercado
hasta él, le había pedido fuego y enseguida había comenzado a hablar como si lo
conociera de toda la vida. Mo apenas le entendía lo que decía pero estaba tan
fascinado por esa boquita de pez sobre la que sombreaba un oscuro bigote entre
los grandes mofletes sonrosados que no importaba. Su verborrea le había
impedido introducir apenas un par de frases sobre el calor y el tiempo que
llevaba en el paro cuando la oficina abrió y la cola comenzó a avanzar, pero
ellos apenas si se enteraron, sus ojos estaban presos los unos en los del otro
y el tiempo pareció detenerse a su alrededor formando un oloroso círculo que
los mantendría unidos durante toda su vida.
4 comentarios:
Me ha encantado y me asombra que de tu pluma salga eso.
Me ha encantado y me asombra que de tu pluma salga eso.
Gracias Luis, no sé cómo tomarme lo que me dices ....te asombra porque crees que soy demasiado fina para escribirlo o porque crees que es demasiado bueno?....en cualquier caso, gracias por leerlo y por molestarte en comentar!
Nunca nada es demasiado bueno, pero no me siento acostumbrado a que a mi alrededor se permita alguien decir algo extravagante, algo incorrecto, algo inesperado, algo feo y mucho menos algo maloliente. Tú, aunque poco estás a mi alrededor y no esperaba que aportaras algo en esos términos porque aquello me aporta y mucho. Lo correcto, lo corriente, lo esperado ya lo se antes de que se diga o escriba y me aburre enormemente.
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