Antes de cerrar los ojos y dejarse llevar por el sueño, Lucía observa
por última vez la gran mancha verde que se extiende inmensa bajo sus pies. La
señal luminosa del cinturón de seguridad se apaga. Su dedo meñique, hinchado
por la picadura de algún insecto de la selva, se queja con pequeñas
palpitaciones. El viaje ha sido provechoso aunque agotador. Dos días después,
ya repuesta del molesto jet lag, el dedo ha vuelto a recuperar su tamaño normal
y apenas se distingue un puntito rojo donde el bichejo inoculó su ponzoña.
En la redacción, mientras ultima los detalles del reportaje, dirige su
mirada hacia el despacho de Luis, el jefe de departamento. Elena acaba de
entrar con el gesto serio.
-Tenemos que hablar, le dice a Luis después de cerrar la puerta.
-¿Hablar? ¿De qué?
- De ti y de mí, por supuesto.
- Elena, no hay nada de qué hablar. Solo fue un calentón, lo pasamos
bien y punto, olvídate del tema.
De pronto Lucía es consciente de que está escuchando la conversación a
través de un despacho con la puerta cerrada a unos 50 metros de distancia,
entre el murmullo reinante en la sala llena de gente. Extrañada, mira a su
alrededor. Nadie parece estar escuchando. A ella le basta con orientar la oreja
en la dirección del despacho, concentrarse y escuchar la conversación que se
mantiene en un tono moderado, sin estridencias.
-Para mí no ha sido solo un calentón, sabes que me gustas desde hace
tiempo, continúa diciendo ella.
-Lo siento Elena, de verdad, vamos a dejarlo así.
Elena sale del despacho cabreada dando un portazo y cruza su mirada con
la de Lucía que piensa por un momento que sabe que los ha oído, pero es
imposible ¿no?, ni yo misma me lo creo. La cabeza le empieza a doler y decide
salir a despejarse un poco. El Retiro queda enfrente de la oficina, se sienta
en un banco al sol y por un momento siente alivio, corre una ligera brisa
primaveral. Cuatro bancos más a su derecha hay dos señoras hablando:
-Cómo te lo cuento, le dice una a la otra. Parece ser que lo están
pasando fatal, hasta el punto de que han tenido que ir a pedir comida a
Cáritas, según que me dijo su cuñada el otro día.
¿Estoy escuchando la conversación de aquellas dos mujeres a 300 metros de distancia?, ¿qué es lo que me
pasa? Esto no es normal. Se tapa los oídos con las manos y deja de escuchar la
conversación, intenta concentrarse en otra cosa. El dolor de cabeza continúa a
pesar del analgésico que se ha tomado, decide pedir permiso e irse a casa a
descansar.
Cuando llega a casa, el silencio la acoge como un bálsamo. Se tumba en
la cama y se queda dormida al instante. A las 3:05 de la madrugada se despierta
desorientada. Escucha voces. El tono es violento. Se asoma a la ventana. Sabe
de dónde proviene la discusión, localiza el lugar dos calles paralelas a la
suya. También oye el llanto de un niño pequeño. Se concentra. El hombre está
borracho. La mujer suplica “no por favor, el niño está llorando” Lucía oye con
claridad el sonido de los golpes, el corrimiento de una silla, el llanto de la
mujer, el del niño y los gritos del hombre “aquí mando yo, zorra estúpida” y
otro golpe fuerte. Sin apenas pensar coge el teléfono y llama al 112. Al minuto
oye la sirena de la policía dirigirse al lugar. De pronto deja de escuchar y el
silencio vuelve a su casa. Le duele otra vez la cabeza, se toma un paracetamol
y regresa a la cama pero no puede dormir. Cansada de dar vueltas se levanta y
se mete en la ducha, el agua caliente le alivia la tensión y el dolor de
cabeza.
Es la primera en llegar a la oficina y disfruta de esos momentos de
silencio hasta que poco a poco va llegando la gente. Es viernes, el personal
está contento, comentan sus planes para el fin se semana. Lucía mira las
noticias en internet “detenido un hombre por malos tratos en la madrugada de
ayer. La llamada anónima de una ciudadana….”Se siente bien por haber ayudado a
la mujer, sin embargo, le preocupa lo que le sucede. Cree haber leído en algún
sitio que ciertos tumores producen alucinaciones visuales y auditivas, aunque
no piensa que lo suyo sean alucinaciones, ahí está la noticia del
periódico para corroborarlo.
Han pasado diez días durante los cuales Lucía se ha hecho pruebas
médicas de todo tipo. La posibilidad del tumor está descartada pero lejos de
sentirse aliviada, está más preocupada si cabe porque no saben lo que tiene.
Los episodios de “superaudición” han vuelto a repetirse. Dos días antes había
salvado a un niño de morir atropellado. Escuchó al conductor del coche decirle
a su acompañante que se había quedado sin frenos, el niño había empezado a
cruzar por el paso de cebra, ella lo apartó corriendo segundos antes de que el
coche apareciera por la esquina a toda velocidad y chocara contra un edificio.
El airbag había salvado a los ocupantes del vehículo pero el niño hubiera
muerto atropellado.
Lucía ya no puede ir a trabajar, está de baja. Los episodios se producen
cada vez con más frecuencia, la cabeza le estalla, no soporta los ruidos de los
coches en la calle, los camiones, las conversaciones en la oficina, los
teléfonos, la fotocopiadora, el fax, el zumbido de los ordenadores. Ha puesto
aislante en su habitación y apenas sale de
ella. Ha apagado el teléfono, desenchufado el frigorífico, el router, ha
cortado el agua. Todo reverbera en su cabeza produciéndole un intenso dolor. Ha
probado a ponerse tapones de todas clases pero apenas amortiguan el ruido, los
oídos le sangran. No puede dormir, oye el sonido de su corazón, escucha la
sangre correr por sus venas, el ruido se hace cada vez más intenso, más
ensordecedor, oye pasar la luz a través de la persiana, las motas de polvo
chocar unas contra otras. Un sonido
agudo intensificado millonésimamente le
taladra el cerebro hasta llegar al límite y un fogonazo de luz explota en su
cabeza mientras por una milésima de segundo disfruta del silencio más absoluto
antes de caer en la nada para siempre.