Mientras viajaba hacia
el aeropuerto en el cercanías Martín repasaba los años pasados en
prisión. Lo único que había merecido la pena era haber conocido a
Elisa.
Había arruinado su vida por culpa de la coca. Lo había
separado de su familia, de sus amigos de toda la vida, y lo había
convertido en una piltrafa hasta que había entrado en la cárcel.
Había aprendido la lección pero el precio a pagar era demasiado
alto. No lo soportaba ni un día más. Se había desintoxicado allí
dentro, ella lo había ayudado mucho. Había conseguido un buen
destino en la biblioteca del centro. Todos los funcionarios lo tenían
en buena consideración exceptuando el cabezón claro, pero ese no
consideraba a nadie. Su aire de superioridad le ponía enfermo. Por
fortuna para él, no le ponían demasiado en ese servicio y cuando lo
hacían procuraba evitarlo. Con los demás internos tampoco había
tenido demasiados problemas, si te haces respetar desde un principio
y evitas determinadas compañías podías pasar los días tranquilos.
Pero no soportaba que le dijeran siempre lo que tenía que hacer en
cada momento. Ahora come, ahora duerme, ahora haz deporte, ahora
limpia. Eso era lo más duro. Y luego estaba ella. Verla todos los
días, hablar con ella, sentir su aroma pero saber que no podría
tenerla nunca. Los fines de semana se le hacían eternos, sin
comunicar, sin actividades, sin nada que hacer excepto leer, ver la
tele, dar vueltas por el patio o jugar alguna partida de pin-pon.
Los lunes su ánimo cambiaba totalmente. Sobre las diez
ella hacía su aparición en la biblioteca con esa sonrisa que lo
iluminaba todo. Él iba a por dos cafés al economato de la
enfermería, el de ella siempre con dos sobres de sacarina, y después
lo tomaban despacito en el despacho y ella le contaba lo que había
hecho el fin de semana. A ella no tenía que hablarle de usted como a
las funcionarias. Fue lo primero que le dijo cuando se conocieron. Si
vamos a trabajar juntos tenemos que tutearnos ¿no crees?
Cuando pasó por la Junta para su primer permiso ella
hizo un informe favorable para que lo tuvieran en cuenta y se
entusiasmó tanto como él cuando se lo concedieron. Lo que más le
pesaba a Martín de la decisión de fugarse en el permiso era pensar
lo decepcionada que se iba a quedar Elisa. Durante los años que
habían estado juntos ella le había demostrado muchas veces la
confianza y el afecto que sentía por él.
Elisa no había ido a trabajar ese día. Era viernes,
así que disfrutaría de un fin de semana largo. Tenía que ir a
hacerse unos análisis. Por fin se había quedado embarazada después
de intentarlo durante dos años. Había llegado casi a obsesionarse
con el tema. Julia y ella habían luchado mucho por conseguir el
dinero para la inseminación. Con la cabeza apoyada en la ventanilla
del tren, recordaba todo lo que había luchado por ser como era. La
confusión en su adolescencia, sentirse diferente pero no saber por
qué, sus primeras relaciones con los hombres. Tuvo que conocer a
Julia para darse cuenta de que realmente lo que le pasaba era que le
gustaban las mujeres. Nada más y todo eso.
Ahora lo recordaba divertida, pero lo pasó mal en el
trabajo cuando se enteraron. Fue un escándalo. Menudo morbo, dos
funcionarias boyeras. Cuántos compañeros dejaron de tirarle los
tejos, cuántos cuchicheos a sus espaldas, cuántos silencios cuando
ella entraba en un sitio. La gente dice que no tiene prejuicios hasta
que llega el momento de convivir con ellos. Laboralmente, estaba en
el mejor momento de su vida. Era la coordinadora de formación,
encargada de las actividades culturales y formativas que se
desarrollaban en la prisión. Se acordó de Martín, el ordenanza de
la biblioteca. Qué habría hecho durante el permiso. Era un buen tío
que se había buscado la ruina pero que podía volver a reinsertarse
en la sociedad. Cómo le gustaba decir eso. Se había llevado ya
tantos palos en ese sentido que había dejado de confiar en la gente.
Pero Martín era diferente: inteligente, trabajador, con educación y
además muy guapo. Podía tener otra oportunidad en la vida si sabía
aprovecharla. Este era su primer permiso, si todo iba bien en un par
de años podía estar en tercer grado y trabajar fuera, pero también
podía estropearlo todo como habían hecho otros en los que había
confiado y no regresar del permiso.
Próxima estación, Atocha.
La megafonía la sacó de su ensimismamiento, Elisa
tenía que bajarse aquí y coger la línea uno de metro. Mientras
esperaba que bajaran los primeros, otro tren paró en la vía de
enfrente.
Martín seguiría hasta Nuevos Ministerios y de allí
la línea nueve hasta el aeropuerto. El corazón empezó a latirle a
toda velocidad. Era Elisa la que bajaba del tren que estaba parado.
Pero si hoy tendría que estar trabajando,pensó.
Al dirigirse hacia las escaleras lo vio en la
ventanilla. Era Martín. Se acercó corriendo pero el tren ya había
empezado la marcha. Tenía que saludarlo.
Martín vio cómo se acercaba a la ventanilla. Lo había
visto, pero el tren ya se iba. Aún así a través del cristal
contempló su maravillosa sonrisa y un brillo especial en sus ojos.
Nos vemos el lunes, dijo ella moviendo bien los labios
Vale, contestó Martín sonriendo.