Un hombre cubierto por una gran capa
observa el amanecer desde la proa de un paquebote, procedente de Calais, que
navega por el Támesis en dirección a la fortaleza de la torre. Se llama Pierre
y ha sido requerido por el mismísimo rey
por su habilidad en el manejo de la
espada de doble filo. Mientras el pequeño barco se acerca al embarcadero Pierre
recuerda su infancia en Calais y cómo su padre desde muy pequeño le empezó a
enseñar el oficio que por costumbre
pasaba de padres a hijos. Recuerda la primera ejecución a la que asistió cuando
tenía siete años y que en el momento en que su padre acercó su espada al ajusticiado,
Pierre no pudo evitar cerrar los ojos. Poco a poco los años le fueron haciendo duro. Su padre lo
llevaba a practicar con los animales al matadero enseñándole siempre que había
que dar un golpe fuerte y certero para no fallar y no aumentar el sufrimiento de la víctima.
El
ruido de las cadenas del puente
levadizo al caer le hace salir de su ensimismamiento. Un sabor a bilis
le llega a la boca producido por la mala digestión de la cena y el sueño
agitado. Es una mañana fría de primavera, las primeras luces del alba dejan ver
un cielo plomizo y gris sobre la ciudad de Londres. La ejecución está prevista
a las 9 de la mañana.
Durante la travesía en el barco ha oído la
historia de la mujer a la que tiene que ejecutar, Ana Bolena, la segunda esposa
del rey Enrique VIII. Condenada en un juicio por adulterio, incesto y traición,
muchos rumorean que el rey se la quiere quitar de encima porque no le ha dado
un hijo varón y quiere casarse con su actual amante. Dicen que aunque pequeña,
tiene una belleza muy especial que
cautiva a todo el que la conoce y no faltan los que dicen que tiene seis dedos
y una marca de nacimiento en el cuello, lo que la relaciona directamente con el
diablo.
A la hora prevista, Pierre es conducido a la
torre verde donde tendrá lugar la ejecución privada a la que solo acudirán las personas importantes. El
patio está vacío y cuando sube las escaleras del cadalso oye crujir
la madera bajo las pesadas botas. Se coloca la capucha negra que le
cubre la cabeza excepto la boca y los ojos, se ajusta los guantes de cuero
ajados por el uso y desenvaina su espada
colocándola debajo de unos sacos de
arpillera que hay a un lado. No quiere
que ella la vea. Cuando está listo, hace
una seña a los guardias apostados a los lados de una gran puerta para que la
abran dejando entrar a todos los nobles ataviados con sus mejores galas. Los
más importantes se aposentan en unos sillones colocados a la misma altura que
el cadalso, el resto permanece en pie. El murmullo de la gente es ensordecedor,
aunque no hay gritos. Una puerta se abre
a su derecha y aparece una mujer
seguida por tres doncellas vestidas de negro. Luce una capa roja con capucha
ribeteada de pieles y el pelo negro recogido. A su paso la gente se aparta,
unos hacen la señal de la cruz, otros intentan tocarla. Cuando sube al cadalso,
sus doncellas, llorando, le quitan la capa y se queda con un vestido gris de amplio
escote. Sobre su cuello pequeño y blanco resalta un collar de perlas a juego
con los pendientes que ella misma se quita lentamente, sin que se note el más
mínimo temblor en sus manos. Sus doncellas le colocan una cofia blanca
cubriendo sus cabellos, ella les da las gracias y les sonríe. Serena y con
dignidad se dirige a los presentes con voz alta y clara pidiendo perdón y
encomendándose a Dios sin perder los
nervios en ningún momento. Pierre se queda fascinado por la gran entereza con
la que se dirige al público. Nunca ha visto a nadie ir a su muerte como lo hace
ella, serena, tranquila, sosegada, aceptando su destino y rogando a Dios que
conserve la vida de su rey, el mismo rey que la ha condenado a muerte. Cuando
ella lo mira Pierre no puede evitar hacerle una reverencia y apoyando una
rodilla en el suelo pedirle perdón por lo que va a hacer en cumplimiento de su
deber, a lo que ella responde dándole un saquito con monedas y diciéndole: “es
vuestro trabajo y yo os lo pago” a la vez que se arrodilla ante él con la
cabeza ligeramente inclinada hacia abajo. Para distraerla Pierre reclama en voz
alta a un muchacho que le traiga su espada y aprovechando el momento en que
ella mira al chico, la saca de debajo
del saco y con un movimiento rápido y certero, secciona limpiamente su delicado
cuello. La cabeza cae a sus pies, y por un instante, sus ojos aún con vida se
fijan en los de Pierre con una profundidad que lo deja marcado para siempre y
justo en ese momento, como si recibiera una revelación, decide que no volverá a
cortar ni una cabeza más y levantando
los ojos hacia el cielo lo jura para sí ante el altísimo. Todos los asistentes
se arrodillan y agachan la cabeza en señal de respeto y solo una bandada de
cuervos que levanta el vuelo rompe el silencio con sus graznidos.
En la actualidad este pequeño monumento nos recuerda la ejecución de Ana Bolena
5 comentarios:
Bonita y triste historia.
Impresionante historia. Excelente narración.
besos
Una historia bien narrada. La historia real lamentable eso sí. Posiblemente influyó la reacción superticiosa ante los 6 dedos.
Muchas gracias por vuestros comentarios. Como bien sabéis la historia de la ejecución es real aunque tiene elementos inventados.
Muy emocionante. ¡Qué sutileza la del verdugo! La pena es que hablarían en inglés, con lo bonito que me estaba sonando en español.
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