jueves, 26 de septiembre de 2019

UN DÍA EN BRATISLAVA (ESLOVAQUIA)





     Solo se tardan dos horas en llegar desde Budapest hasta Bratislava. La estación de tren es antigua y está en obras, pero el tren que cogemos está muy bien. El paisaje que vamos viendo es muy verde y frondoso hasta llegar a la frontera dónde empieza a cambiar y se acaban los bosques. El tren está lleno de españoles. Detrás de nosotros se sientan unos chicos de Madrid que están haciendo el Interraíl y enfrente hay una pareja con sus dos hijos mayores. Los españoles hablamos muy alto así que nos enteramos de todo. 
      Hace mucho calor cuando bajamos y creo que en la estación no hay aire acondicionado o está estropeado. Cogemos un autobús para llegar hasta casi el centro. Nos acercamos hasta la orilla del Danubio desde donde se ve un puente que tiene un restaurante circular arriba al que llaman el Ovni porque tiene esa forma.







 Los tranvías aquí son de color rojo. Visitamos la catedral  de San Martín, que es bastante pequeña. Lo que más me llama la atención son unas figuras de madera que hay encima de algunos bancos y que representan animales haciendo cosas curiosas, como un mono tocando el violín o un zorro leyendo un libro. 






     Buscamos un sitio para comer porque ya es la hora. Cerca de la catedral hay muchas  terracitas que parecen muy agradables. No hay demasiada gente. Aquí se utilizan euros por lo que no tenemos que hacer la conversión para ver si algo es caro o no. Es más barato que Budapest. Los dos pedimos cosas típicas aunque no recuerdo los nombres. Lo de Mario es una especie de pasta de patata parecida a los gnocchi con salsa de queso y beicon y lo mío es queso rebozado con patatas fritas. La cerveza está muy rica y fresca, pero lo mejor es el strudel que me como de postre, que está exquisito. Después de comer damos un paseo por el centro que tiene unas calles muy bonitas y pintorescas. Visitamos la Iglesia Azul que es muy curiosa porque es de color azul celeste y blanco. 




    Está un poco alejada del centro pero merece la pena visitarla aunque nosotros  solo pudimos verla por fuera. 

    Como en Budapest, aquí también nos cayó una buena tromba de agua durante un rato. Pudimos resguardarnos bajo el toldo de una joyería al lado del Cumil que es una estatua muy curiosa porque representa a un obrero que sale de una alcantarilla y que parece observar a los viandantes. Todo el mundo se hace una foto tocándole la cabeza y por supuesto yo no fui menos




    Hay otras estatuas también muy curiosas repartidas por el centro de la ciudad como la del mendigo llamado Ignacio que siempre iba con traje y sombrero de copa o la del paparazzi. Me resultó curioso también que en algunas plazas había unos arcos que desprendían vapor de agua fresquito para pasar por debajo y refrescarte. Nos pareció una buena idea para traer a Madrid.










      Después de deambular por todas las callejuelas ponemos  rumbo hacia el Castillo desde donde hay unas preciosas vistas de la ciudad, el Danubio y alrededores y donde está situado el Parlamento eslovaco. 







    No es nada espectacular pero está muy bien para pasar el día. El último tren de vuelta salía a las 20 horas así que en total estuvimos ocho horas, suficientes para disfrutar de la pequeña ciudad.








jueves, 19 de septiembre de 2019

ESTE JUEVES...................."PISA MORENA"




   Esta semana nos convoca Dorotea en su blog LAZOS Y RAÍCES y nos invita a que hablemos sobre zapatos. Si queréis leer todos los relatos solo tenéis que pinchar en el enlace.


   El último vistazo en el espejo antes de salir le devolvió una imagen atractiva y sensual. Se había maquillado con esmero y alisado su larga melena castaña. El pantalón negro  se adaptaba a sus piernas estilizadas y el escote del top insinuaba ligeramente el comienzo de sus pechos. Aunque ahora llevaba deportivas para caminar más cómoda, se pondría los zapatos en la sala. Le habían costado tres meses de recortar todas sus salidas, pero había merecido la pena. Eran unos zapatos Reina, los mejores para bailar. Por un momento le pareció escuchar su voz a su espalda,  diciéndole que así no iba a salir de casa, como si fuera una puta,  pero recordó que ya no tenía ningún poder sobre ella, que ya nunca más le diría lo que podía o no podía ponerse para salir a la calle.  Ahora había empezado una nueva vida y con ella una nueva pasión, el baile. Solo podía ir dos días a la academia, cuando su madre podía quedarse con la niña, y tenía que desplazarse  en tren, pero merecía la pena. Era su momento especial, para ella sola a pesar de estar rodeada de otros bailarines Cuando bailaba se olvidaba de todo, solo se preocupaba de mirar a los ojos de su pareja en ese momento  y de  dejarse llevar por él y  por el ritmo caliente de la salsa o por la sensualidad de la kizomba.
   Hoy estrenaría los zapatos. Eran de satén negro, decorados con  brillantes blancos, abiertos en la puntera,  con tiras que se podían cruzar de varias formas en el tobillo y con un tacón de seis centímetros. Se los había puesto  en casa para que se fueran adaptando a su pie.
    Tan ensimismada iba en sus pensamientos que no se dio cuenta de que su exmarido la seguía hasta que sintió un doloroso golpe en el costado y algo que rasgaba su carne una y otra vez. Se dio la vuelta e intentó defenderse, pero cayó al suelo mientras la sangre manaba de sus heridas. No soltó la bolsa con los zapatos en ningún momento, ni siquiera cuando su corazón dejó de latir.




jueves, 12 de septiembre de 2019

ESTE JUEVES......................AMAZONAS




   

    Este jueves nos dirige Ceci desde su blog Notas desde el fondo de mi placard y nos pide que escribamos sobre el Amazonas. Para leer todos los relatos participantes pinchad en el enlace. 


   Anoche soñé que iba al Amazonas. Parece que se me ocurrió de repente y sin venir a cuento, como suelen ocurrir las cosas en los sueños. El caso es que estaba aburrida en casa, tumbada en el sofá viendo pasar unos nubarrones oscuros por la ventana, impulsados por un fuerte y ruidoso viento, y la idea se metió en mi cabeza. Sin más, cogí una botellita de agua de la nevera, me puse en el alféizar de la ventana y desde allí alcé el vuelo estirando mis piernas, como si fuera una grulla que decide emigrar a un sitio más cálido. No tardé mucho, o al menos en el sueño tardé lo que dura un suspiro profundo. Cuando me quise dar cuenta estaba en el Amazonas, pero no en el río sino en lo que se supone que era la selva tropical más grande del planeta, solo que no era una selva. Era un desierto de arena negra, muy negra, como si estuviera quemada,  y el sol no se veía porque estaba cubierto por una nube espesa y también muy negra.
    Esta mañana me desperté con la botella de agua apretada muy fuerte entre mis brazos y con un nudo de angustia en el estómago. Le he contado el sueño a mamá y me ha dicho que esté tranquila, que solo ha sido un sueño y que eso nunca pasará porque para eso están las personas mayores que dirigen el mundo y que no permitirán que ocurra.
   No sé por qué, pero esa sensación tan mala del estómago se resiste a abandonarme.





sábado, 7 de septiembre de 2019

TRES DÍAS Y MEDIO EN BUDAPEST


Primer día
  Aterrizamos el martes sobre las dos de la tarde, así que antes de ir al hotel decidimos comer en el aeropuerto y comprar la Budapest Card de 72 horas porque merece la pena para coger los numerosos medios de trasporte que existen en la ciudad: metro, autobús, tranvía, trolebús y barco. En una cafetería comimos unos bocadillos y un trozo del mejor pastel de manzana que he probado nunca. Tuvimos que coger un autobús extra porque estaban de obras en la  línea de metro, pero tras varios momentos de confusión, porque no estaba demasiado bien indicado, llegamos al hotel sin novedad. Tanto la habitación como el baño eran muy amplias y espaciosas, con una terraza bastante grande desde la que teníamos unas bonitas vistas. (Después supimos que se veía la cúpula del palacio de Buda y la estatua de la liberación del monte Gellért)
   Decidimos aprovechar la tarde para hacer un crucero por el Danubio. Escogimos el que había a las 20,30 porque era la hora en que se ponía el sol. Lo reservamos a través de internet y nos costó 19 euros con una duración de una hora y una consumición. Mientras tanto hicimos tiempo visitando el centro de la ciudad y recorriendo las orillas del rio, plagado de barcos de todos los tamaños. 






   El crucero fue espectacular, pues pudimos ver como el sol se ocultaba detrás del castillo de Buda y como se iban encendiendo todas las luces de los puentes y de los edificios hasta que se hizo completamente de noche y apareció la luna llena en todo su esplendor (casualmente más tarde habría un eclipse parcial aunque nosotros no pudimos verlo)





 Fue un momento mágico, de los que no deseas olvidar nunca. A un lado del Danubio se encuentra la ciudad de Pest, presidida por el Parlamento,  que es el tercero más grande del mundo,  y a la otra orilla la de Buda, en la que destaca el castillo,  el Bastión de pescadores y la iglesia de San Matías y la estatua de la libertad del Monte Gellért.





Se pasa por debajo del puente de Las cadenas, que es otro símbolo de la ciudad y por el puente de La libertad que son los dos más espectaculares, aunque todos son preciosos.







Segundo día
    El hotel estaba bien situado en una zona muy tranquila por lo que dormimos estupendamente,  aunque como no utilizan persianas a partir de las cinco ya empieza a clarear y es más difícil para mí. El desayuno era correcto, aunque poco variado para ser un hotel de cuatro estrellas, pero lo que más me gustó fue la sala con grandes ventanales y estanterías llenas de libros (en húngaro, claro, que parece el idioma más difícil del mundo). Fuimos en metro y después en autobús hasta donde se coge el funicular para subir al castillo. Nos hacía ilusión cogerlo y es muy bonito, pero resulta muy caro para el trayecto  tan corto que realiza (y no entra con la Budapest Card). Todo el entorno del castillo resulta majestuoso y las vistas, cómo no, espectaculares. Realmente el interior es un museo y solo accedimos a la exposición permanente de pintura húngara que es lo que estaba incluido en la Budapest Card. Había una exposición de Dalí y Magritte, pero teníamos poco tiempo.
   Después probamos la comida típica en uno de los restaurantes de la zona: la sopa goulash y el pollo con paprika y una especie de pasta con crema. Todo muy rico pero muy contundente y caliente, aunque por suerte  en la terraza soplaba un viento fresco muy agradable.
    Cerca del castillo se encuentra la Iglesia de San Matías, a la que no te dejan entrar si no te cubres los hombros con un pañuelo. En teoría tampoco se puede entrar con pantalones por encima de la rodilla, aunque con esto no son tan rigurosos. Es una iglesia muy bonita por la que merece la pena pagar porque es muy diferente a las que estamos acostumbrados a ver, al menos yo. Tuvimos la suerte de que estaban tocando el órgano por lo que pudimos comprobar la acústica perfecta.






 El Bastión de los Pescadores es una muralla desde la que hay unas magníficas vistas del parlamento. Para mi gusto demasiado explotado turísticamente, pues te cobran por visitar una parte que realmente no ofrece nada especial que no puedas ver sin pagar.




    Fuimos después al Labirintus, unas cuevas bastante extensas que recorren el subsuelo del castillo de Buda. Dudamos sobre si ir o no porque leímos críticas bastantes malas en internet, pero vimos salir a unos señores que dijeron que estaban bien y entramos. Escogimos las seis de la tarde porque apagan las luces y tienes que ir con un candil. Nuestro candil daba muy poca llama(al final nos dimos cuenta de que se podía regular, pero hubiera sido menos divertido) y la verdad es que nos lo pasamos bien porque pusimos bastante de nuestra parte y nos reímos mucho dándonos sustos y metiendo los pies en charcos que no veíamos, pero para ser honestos, es caro y excepto que tengas un poco de claustrofobia no pasas mucho miedo. Lo único que hay son algunos maniquíes vestidos de época, pozos, estatuas y alguna jaula. Podría ser verdaderamente terrorífico si algún maniquí se moviera, cayera algo del techo, se oyera algún grito....aun así nosotros los pasamos bien y nos reímos mucho, pero seguro que para mucha gente es decepcionante sobre todo si se visitan antes de que apaguen la luz.
    Cuando salimos de las cuevas era el momento perfecto para subir al monte Gellért a ver la puesta de sol y de nuevo las magníficas vistas desde otra perspectiva. La subida cuesta, porque es muy empinada y hay que hacerla a pie por unos senderos entre abundante vegetación, pero sin duda merece la pena. Cuando llegamos arriba, había un pequeño grupo de música tocando, un chiringuito de madera donde vendían bebidas y mesas con sillas para sentarte, pero la mayoría de la gente se llevaba su bebida y comida  y se sentaba a los pies de la estatua del Monumento de la Liberación o en los muros que la rodean. Se respiraba un ambiente de buen rollo y a mí me dio la impresión de que no había  demasiados turistas sino que es un sitio donde se reúne mucha gente joven de la ciudad.  Hay una ciudadela pero nosotros no entramos a visitarla porque era tarde. Había algunos puestos de dulces o artesanía que ya estaban cerrando. La puesta de sol y el encendido de las luces de los puentes y de toda la ciudad fueron espectaculares de nuevo. Si tuviera que poner una pega es que tal vez el monte está poco cuidado, aunque tal vez esto le dé un aire más agreste y natural, pero también en algunas zonas está un poco sucio.





    Llegamos derrotados al hotel sobre las 23 y decidimos reservar las entradas para ver el parlamento al día siguiente. Solo quedaban unas cuantas entradas para la visita guiada en español y había que estar allí a las 8,45.
Tercer día
   El parlamento húngaro es grandioso. Es el tercero más grande del mundo. Toda la zona exterior está muy cuidada y muy limpia. El interior es precioso, pudimos ver casi todas las salas. En  una de ellas se encuentra custodiada La Corona por cuatro soldados que realizan una pequeña ceremonia para el cambio de guardia. La guía nos explica que La Corona está custodiada por los soldados las 24 horas. Nos cuenta también una serie de curiosidades sobre el sistema de ventilación y refrigeración o el método para que los antiguos parlamentarios supieran cuál era su puro cuando salían a fumar en los descansos y  tenían que entrar de nuevo a la sesión y dejar el puro en el cenicero.  







    La siguiente parada es la Basílica de San Esteban. Durante el camino nos cae un buen chaparrón y tenemos que refugiarnos bajo las sombrillas de unas cafeterías. La explanada se queda desierta. La basílica es el edificio más alto y se puede subir a la torre por un módico precio y lo más curioso es que hay un ascensor. La escalera es muy bonita vista desde arriba. Por supuesto las vistas son maravillosas.





 Bajamos a ver el tesoro. Nos hace mucha gracia que la beata que está allí nos persigue continuamente en cuanto nos paramos a ver algo y nos empieza a contar una historia que no entendemos porque nos lo cuenta en una mezcla de idiomas extraña. La verdad es que no tiene nada de especial excepto si eres una persona muy religiosa y tienes especial interés por esos temas.
     Después de comer muy bien en un restaurante italiano, cogimos la línea de metro más antigua para ir a la Ópera pues teníamos también una visita guiada. La Ópera se encuentra en la avenida Andrássy, declarada patrimonio de la humanidad.




 La recorrimos un poquito antes de ir a la visita, es muy señorial, está llena de palacios renacentistas y tiendas carísimas. El interior de la ópera es muy bonito, con grandes lámparas, columnas de mármol, majestuosas escaleras....la pena es que el auditorio estaba en obras y no pudimos entrar, pero a cambio nos obsequiaron con una pequeña actuación de una pareja que estuvo muy bien. A mí, que nunca he ido a la ópera, me resultó impresionante escuchar sus voces tan cerca y me encantó ese momento.






 Cuando salimos fuimos hasta la Plaza de los Héroes que está al final de la avenida. El monumento a las siete tribus fundadoras de Hungría es colosal y la plaza enorme.


 Al lado está el Museo de Bellas Artes al que también entramos, pero no pudimos visitar entero porque ese día cerraban antes. 








   Hay un parque muy grande con un lago y un castillo con una historia especial. Al lado del castillo se encuentra la estatua de Anonymous que es un personaje sentado con una capucha, que impide que se le vea la cara, y  una pluma en la mano. Parece ser que si le tocas la pluma te dará inspiración y éxitos literarios. Se la toqué mucho, a ver si me ayuda con la inspiración.


 De pasada también vimos un poquito el Balneario Széchenyi, aunque sólo vimos un poco la entrada.
     Quisimos ir a alguno de los famosos cafés típicos pero no nos convenció ninguno y al final acabamos en un local bastante normalito, donde pides en la barra y te lo llevas tú mismo a la  mesa,  comiendo dulces típicos húngaros en forma de cono y que  rellenan con helado. Estaban muy ricos.  Yo me pedí un café y me llamó la atención que me lo pusieran en una bandejita ya con un vasito de agua, aunque yo no lo había pedido.
    Para finalizar el día decidimos ir a la Isla Margarita. Cogimos un tranvía que nos dejaba muy cerca y entramos andando. Ya empezaba a ponerse el sol y de nuevo pudimos ver otra vista de la ciudad desde el puente Margarita. Llegamos justo cuando empezaba un espectáculo musical y de luces en las fuentes del parque. Fue muy bonito. En la isla no entran coches pero se pueden alquilar bicicletas. Es muy grande y ya era de noche, así que solo la recorrimos un poquito. Hay unos cuantos chiringuitos de comidas y bebidas, pero todo en plan relajante, sin estridencias, disfrutando del contacto con la naturaleza.









    Llegamos al hotel destrozados. Al día siguiente íbamos a Bratislava en tren a pasar el día...pero eso ya es otro país y por lo tanto otra historia que contaré aparte.
Último día
   Como nuestro vuelo salía a las 16,45 de la tarde, dejamos las maletas en el hotel y fuimos a ver el Museo del Terror. Se trata de un museo dedicado a las víctimas de los regímenes fascista y comunista que sufrió Hungría  en el S. XX. Se encuentra en el nº 60 de la avenida Andrássy  y la verdad es que resulta sobrecogedor, sobre todo cuando se visitan los sótanos donde eran interrogados, torturados y ejecutados los detenidos.