Este jueves mis musas han decidido irse de veraneo, así que he recordado un relato que publiqué hace tres años en el blog y confiando en que os hayáis olvidado de él, he decidido rescatarlo para este jueves de "olvidos" que convoca Gustavo en su blog y que podréis leer pinchando Aquí
Hacía tiempo que tenía lagunas en su
memoria, le habían diagnosticado principio de demencia senil. Resultaba muy
duro para él que siempre había presumido de su excelente capacidad para
recordar momentos, fechas y números de los que nadie más se acordaba. En sus
momentos de lucidez, cada vez menos numerosos, intentaba escribir un diario de
los acontecimientos de su vida.
Anotó cuándo y cómo conoció a Isabel, su
amada esposa, que lo había abandonado hacía un par de años afectada por un
cáncer fulminante. Por deseo del destino no habían tenido hijos, un hecho
triste que había ensombrecido su matrimonio hasta el punto de haber sumido a
Isabel en una eterna melancolía.
Había
aceptado la invitación de su hermana Luisa, también sola, de irse a vivir con
ella a Londres hasta que la enfermedad lo obligara a ingresar en una residencia.
Le gustaba pasear por el Puente del Milenio y se pasaba las horas muertas
mirando los barcos que surcaban el Támesis. Fue en uno de estos paseos, al
observar los candados que los jóvenes colgaban en los cables del puente, donde
uno le llamó poderosamente la atención, no por los nombres sino por los dos
corazones unidos. Un fogonazo se infiltró con nitidez en su cabeza. La espera
en una clínica abortista, la inmensa tristeza y desolación en sus jóvenes
rostros, sus manos colocando el candado que sellaría su amor para siempre e
impediría que se perdiera en el olvido.
Ahora lo recordaba, había sido aquel aborto
mal practicado en su juventud lo que había impedido a su esposa tener hijos. Un
inmenso dolor traspasó su corazón al recordar este hecho que decidió no anotar
en el diario, confiando en que permaneciera siempre en el olvido, de donde
nunca debió salir.
Lo recuerdo, como también la corredora, que releí el lunes. Este tiene un halo de tristeza enorme, que se convierte en punzada con ese final.
ResponderEliminarBesos.
La memoria selectiva no pudo borrar la página de un acontecimiento tan triste.
ResponderEliminarUn beso
Qué triste no poder recordar lo que se quiere y olvidar lo que tanto daño causo a pesar del tiempo pasado.
ResponderEliminarUn saludo.
Valió la pena volver a publicarlo para que podamos volver a leerlo. Un relato duro, en donde los recuerdos, en especial uno, se vuelven dagas. Hay cosas que no deberían salir nunca de ese continente oscuro que es el olvido. Un beso enorme.
ResponderEliminarMuy duro pero por desgracia bastante real con frecuencia.
ResponderEliminarA veces ocurre que, rebuscando en el cajón de la memoria encuentras esa sensación,ese olor...qué descubre un recuerdo ...a veces sería mejor no haber rebuscado..
ResponderEliminarNauthiz
Por desgracia es algo que ocurre y no se puede evitar.
ResponderEliminarbesos
La vida es dura y a veces hay hechos dolorosos que los arrinconamos bien adentro y nos olvidamos de él para que no sea tan doloroso.
ResponderEliminarMe ha gustado como lo has contado.
Un abrazo
Las enfermedades del olvido son las peores, el no poder recordar el presente ni menos pasado de toda una vida, buf es algo terrible.
ResponderEliminarUn beso.
Las enfermedades del olvido son las peores, el no poder recordar el presente ni menos pasado de toda una vida, buf es algo terrible.
ResponderEliminarUn beso.
Es lo que esto tiene. Es cruel. No recuerdas qué has desayunado pero, en cambio, recuerdas aquello que te violentó tanto.
ResponderEliminarUn besazo.
Siempre pense que lo unico "bueno" que puede tener la demencia es el hecho de poder olvidar aquello que no quieres recordar, pero no siempre es asi y los recuerdos dolorosos se empeñan por volver. Un relato precioso. Besos
ResponderEliminarSiempre pense que lo unico "bueno" que puede tener la demencia es el hecho de poder olvidar aquello que no quieres recordar, pero no siempre es asi y los recuerdos dolorosos se empeñan por volver. Un relato precioso. Besos
ResponderEliminarEs un texto tremendamente emotivo, sobre todo triste. Nuestra mente elige sus recuerdos, pero puede ser cruel. A pesar de su enfermedad, hizo revivir ese recuerdo, ese recuerdo preciso. Saludos.
ResponderEliminarDoloroso chispazo imprevisto de la memoria que llega para dañar más aún. Terrible historia. Un abrazo
ResponderEliminarLa memoria a veces nos protege olvidando ciertas cosas, pero otras nos juega malas pasadas...
ResponderEliminarUn beso.
Determinados momentos en nuestra vida ni tan siquiera el Alzheimer puede con ellos, a pesar de nuestro intento por olvidarlos vuelven al primer plano de nuestra mente recordándonos aquello que quisimos olvidar.
ResponderEliminarMagnífico relato Charo bien construido y desarrollado. Me encantó. Gracias por recuperarlo para nosotros. Un abrazo.
Hay cosas tan dolorosas que bien están en el olvido, pero me temo que aunque no se escriba seguirá latiendo más tiempo... Me ha gustado mucho como transcurre todo, con naturalidad y una melancolía que te impregna...
ResponderEliminarMuy bueno, perfecto para esta propuesta.
Un beso (y mi gratitud por ser tan aguda lectora) :)
Hay cosas tan dolorosas que bien están en el olvido, pero me temo que aunque no se escriba seguirá latiendo más tiempo... Me ha gustado mucho como transcurre todo, con naturalidad y una melancolía que te impregna...
ResponderEliminarMuy bueno, perfecto para esta propuesta.
Un beso (y mi gratitud por ser tan aguda lectora) :)
Este relato también vale para este jueves. Tiene que ser muy terrible un recuerdo para desear el olvido.
ResponderEliminarPero el recuerdo tal vez vuelva.
Un abrazo.
¡¡¡Joder Charo!!! siempre dolor, bien imaginado, bien escrito y con qué clarividencia, pero siempre dolor. Y no me extraña, la diferencia entre recordar dolor y placer radica en que este es vivido con intensidad y ahí se disipa porque ya no queda nada por hacer; pero evitamos vivir el dolor y la vergüenza y lo hundimos en nuestro ser y este vuelve a emerger como un fogonazo en medio de nuestra felicidad y nos destroza; hasta que no lo afrontemos, lo miremos de frente, lo sobemos, lo reconozcamos en su esencia (que no es regodearse una y otra vez en ello, que es muy goloso) no nos abandonará, como regresa el fantasma a terminar lo que dejó por hacer.
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