La
lluvia suave, que no para de caer desde hace días, amortigua el ruido de las
pisadas en el asfalto de la noche. La ciudad duerme, apenas unas cuantas luces
encendidas en algunas ventanas dispersas. El marido de Laura también duerme
ayudado por el somnífero que ella disuelve cada noche en las cervezas que le
sirve cuando llega a casa, muy poquito en cada una de ellas, para que no lo
note. Laura apenas duerme, unas cuantas horas al día le bastan para que su
organismo se recupere. En cambio necesita correr, su cuerpo se lo pide para
mantener a raya la angustia, el pánico que la atenaza cada día cuando oye la
llave en la cerradura.
El agua fría le empapa el pelo y le resbala
por la cara mientras corre con un ritmo lento. La hace sentirse limpia y le alivia el dolor del
golpe que tiene en el pómulo derecho y que al día siguiente le producirá otro
morado más que añadir a la lista.
Al doblar la esquina de la calle
Constitución con Parlamento una espesa niebla la sorprende de pronto y la obliga a bajar el ritmo. La lluvia deja
de caer y la blanca humedad la envuelve por completo. Un resplandor lechoso la
deslumbra y la hace tropezar con un obstáculo que no consigue identificar
cayendo al suelo sobre una sustancia pegajosa que parece miel. Tiene el color y
la consistencia de la miel de flores pero no lo es. Desprende un olor a cloaca
y podredumbre que llega a su nariz y la inunda por completo. No puede
soportarlo. Intenta levantarse pero resbala una y otra vez embadurnándose más
de la pegajosa melaza hasta que sus manos consiguen asirse a un pequeño
arbolito en el que no había reparado. El árbol es tan delgado que se dobla con
el peso de Laura amenazando con partirse, pero poco a poco va afianzando sus
pies hasta salir de la dulce trampa. Está desorientada y no consigue distinguir
nada. Camina hacia adelante muy despacio con los brazos extendidos hasta que
sus manos tocan una pared y continúa
pegada a ella hasta que llega a una esquina. La niebla se disipa tal y como
apareció. Reconoce el edificio de correos de la Gran Vía y se siente confusa,
está muy lejos de su casa. Comienza a correr de nuevo hacia abajo. Es la avenida más grande de la ciudad y
desemboca en la playa. Mientras corre, va recuperando la serenidad que produce
en su mente la liberación de endorfinas. Vuelve a llover pero no con la
suficiente intensidad como para desprenderse de la asquerosidad que le emplasta
el pelo, la cara, la ropa y las manos.
Se quita el chubasquero, le da la vuelta y se lo pasa por la cara y el pelo
intentando arrastrar la pestilente pringosidad pero solo consigue untarse más.
Para un momento y se quita también las mallas intentando llevarse con ellas el
pringue de las zapatillas.
Continúa corriendo pero algo en el ambiente
ha cambiado. Ya no llueve, las gotas de agua se han transformado en una especie
de pétalos blancos que se disuelven al contacto con su piel caliente. Mira
hacia arriba y queda fascinada por el espectáculo. Es la primera vez que ve nevar. En su país
nunca nieva. Los grandes copos caen con suavidad como si fueran pequeñas plumas
blancas. Se tumba en el suelo y mira hacia arriba embobada por los blancos
tirabuzones que revolotean suspendidos a la luz de las farolas antes de caer al
suelo o sobre su cuerpo. Los primeros copos se deshacen al contacto con su
piel, pero cada vez son más grandes y se van acumulando encima de ella y a su
alrededor. Embobada con el fenómeno no se da cuenta de que la nieve la está
cubriendo hasta que comienza a sentir frío, pero ya es tarde. La frialdad se
introduce por los poros de su piel y llega a su corazón que va dejando de latir
y de bombear sangre a sus miembros entumecidos. La tentación de dejarse llevar por la sensación embriagadora
que la inunda es muy fuerte pero su impulso
por correr lo es más. Correr es toda su vida. Por su mente pasan imágenes de las carreras en las que
participaba en su país, de la euforia después del triunfo, de libertad, de
superación, todo lo que dejó atrás por amor a un hombre que ya no sabe en qué se ha convertido. Lucha por superar el letargo en el que está sumiéndose, mueve
una pierna y después la otra, se apoya en las manos, se levanta y se sacude toda la nieve que tiene encima.
Tiene los músculos muy fríos y los primeros pasos son tambaleantes pero a los
pocos minutos ya ha vuelto a recuperar el ritmo. Todavía le quedan restos de
miel en el pelo y en la cara. A lo lejos se divisa el oscuro océano con las
lucecitas de los barcos de pescadores. Un suave olor a mar le va llegando hasta
su nariz mientras aumenta el ritmo de la carrera. Su corazón ha despertado y
bombea la energía a todos sus músculos. Su meta no está lejos.
Cuando llega a la playa se mete en el agua y se agacha a recoger la arena del fondo con la que se restriega el pelo, la cara y las manos eliminando por fin la melaza de su piel mientras por el este unos tímidos rayos de sol hacen su aparición.
Cuando llega a la playa se mete en el agua y se agacha a recoger la arena del fondo con la que se restriega el pelo, la cara y las manos eliminando por fin la melaza de su piel mientras por el este unos tímidos rayos de sol hacen su aparición.
Superación,esfuerzo..por dejar todo atrás,por limpiar el dolor..y al final,una esperanza...
ResponderEliminarMuy bonito
Nauthiz
Gracias Nauthiz! De todo se puede salir, aunque como tú dices hay que sufrir , superar el dolor y nunca darse por vencido...
EliminarNo sabía para donde iba ir el relato. ¿De que podía tratarse un relato con este texto?
ResponderEliminarY fue cambiando de dirección a cada paso del relato. Al final, logró escaparse.
Bien realizado el ejercicio para taller de cuento.
Un abrazo.
Gracias Demiurgo! Hay que ser muy valiente para enfrentarse a alguien que te está maltratando, y es muy duro enfrentarse con la realidad de que no existe amor que justifique ese maltrato...en ocasiones es más fácil no hacer nada, pero hay que sacar fuerzas de donde sea porque siempre hay un sol que nace al final de la carrera.
EliminarUn beso
En cierta manera todo corremos para escapar de muchas cosas en la vida y nos sumergimos en esa parte pegajosa que nos hace para nuestro destino y que sin el esfuerzo y la constancia jamas lograremos salir, aunque ello signifique quedarse bajo una capa de hielo que hace que perdamos los sentidos, hasta que por fin nos sentimos con fuerzas para sumergirnos de nuevo en la vida y renacer mas fuertes a ella.
ResponderEliminarBesos
Es verdad, en ocasiones nos parece más fácil dejarnos adormecer por nuestra situación y no luchar porque eso conlleva sufrimiento y dolor pero a la larga toda esa lucha tendrá su recompensa... aunque encontremos obstáculos en nuestra carrera.
ResponderEliminarGracias por tu visita y tu comentario.
Un beso
Depresión, maltrato y acoso. Me pregunto muchas veces si al final es capaz de limpiarse verdaderamente con barro de arena de mar o si esa melaza nos va a acompañar de por vida.
ResponderEliminarExcelentes metáforas. Me ha llegado, me ha llegado.
Me alegro de verte de nuevo por aquí Cocolis! Como tú dices creo que es muy difícil que la arena se lleve toda la melaza, siempre queda algún resto, estoy segura...
ResponderEliminarMuchas gracias por leer y comentar.
Un buen relato que a partir de una desagradable realidad de maltrato, se pierde por vericuetos que solo la mente puede justificar. Uno no puede escapar de los verdaderos problemas, por mucho que corra.
ResponderEliminarBesos.