Te
levantas sin que suene el despertador. Has tenido una noche agitada. Tus sueños
han estado plagados de grandes masas de agua en movimiento que se desplazaban
arrasando con todo lo que encontraban a su paso: coches, camiones, casas,
árboles...un agua de color marrón que se tornaba rojiza en algunos momentos. Tú
estabas en un sitio elevado, seguro, grabándolo todo y disfrutando del poder de
la naturaleza desatada.
Estás inquieto, deseas que llegue el momento
cuanto antes. No puedes dejar de pensar en ella. Debes prepararte para ese
momento, todo debe salir a la perfección, no podrías perdonarte ningún fallo.
Desayunas. Haces tus ejercicios de musculación. Tienes que mantener tu cuerpo
perfecto, sin un gramo de grasa, todo músculo. Haces tres series de quince de
cada ejercicio: bíceps, tríceps, hombros, pectorales...te miras en el espejo
mientras lo haces. Te gusta tu cuerpo, a las mujeres también les gusta. Notas
sus miradas de admiración cuando te ven con las camisetas ajustadas que sueles
usar. A ella también le gustarás, seguro. Piensas en ella, en sus grandes ojos
negros, en su piel blanca, tan diferente de la tuya, en su pelo negro. Una
erección pugna por llegar al culmen, intentas rebajarla, haces ejercicios de
respiración, quieres reservarte para después, para cuando llegue el momento
deseado. Te metes en la ducha. El agua helada cae sobre tu cabeza y sobre tu
miembro erecto. Poco a poco vuelve a su posición de reposo. Te enjabonas y
cortas el agua de la ducha. Despacio, deleitándote en el proceso, deslizas la
maquinilla de afeitar por todo tu cuerpo excepto por tu cabeza. No soportas el
vello corporal, es sucio. Vuelves a dar el agua de la ducha y observas cómo la espuma
desaparece por el desagüe. Cuando acabas te embadurnas con aceite Johnsons,
contemplas cómo resbalan las gotitas por
tu piel morena antes de absorberlas con la toalla. Imaginas el contraste de tu
piel con la suya, blanco y marrón, como la nocilla que te daba tu madre para
merendar cuando eras niño. A ti te gustaba poner en el pan un trozo blanco, en
el otro lado un trozo marrón, y en el centro lo mezclabas todo. Te parece una
bonita alegoría de lo que vas a hacer con ella. ¡Es tan hermoso! La emoción te
embarga. ¿Qué estará haciendo en este momento? ¿En qué pensará? No sabe que vas
a ir a buscarla, es una sorpresa. Cuando te vea se pondrá un poco nerviosa, es
la primera vez, pero tú la ayudarás a relajarse y luego todo será perfecto, tal
y como lo has imaginado y como ha sucedido otras veces. Te vistes despacio,
pantalón negro y camiseta blanca. Te pones gomina en el pelo pero no te
perfumas, no te gusta esconder el olor corporal. Miras el reloj, tienes que
cruzar toda la ciudad pero tienes tiempo de sobra. Te gusta hacer las cosas
despacio, disfrutarlas, regodearte, deleitarte.
En el coche vas escuchando la radio mientras
recorres la avenida de La Constitución, no hay pistas sobre el pederasta de
ciudad lineal, el miedo se está apoderando de la población del barrio, la
policía dobla sus efectivos dedicados al caso...y bla ,bla bla. Llegas a tu
destino, aparcas a unos cien metros de la puerta de acceso. Te colocas las
gafas de sol y te sientas en un banco a esperar que llegue la hora. Faltan
cinco minutos para que salga. Se te hacen eternos. Una sirena empieza a sonar y
se oyen las voces de los niños que salen en tropel. Las mamás y los papás recogen a sus retoños.
Ella siempre sale de las últimas, sola, y espera a que venga su madre a
recogerla un poquito más tarde. Hoy la recogerás tú. Le dirás que su madre ha
tenido un accidente, que eres policía y que la llevarás al hospital. Le
enseñaras la placa falsa y le sonreirás, con eso bastará.
Ya la ves, se ha quitado el suéter verde y
se ha quedado con el polo blanco. La falda tableada azul marino deja ver sus
rodillas llenas de postillas. Lleva un calcetín subido y otro bajado. Es una
delicia.
Una mano cae sobre tu hombro cuando te vas a
levantar. Te sobresaltas y vuelves la cabeza con rapidez. Al principio no
reconoces a la persona que tienes delante y que ríe estrepitosamente ¡Coño,
Márquez! ¿Qué haces tú por aquí, tan lejos de tu barrio? ¡Qué casualidad!
¿Cuánto hacía que no nos veíamos, diez, doce años? ¡Joder, qué casualidad!
¡Venga, vamos a tomar una caña! ¡Yo tampoco suelo venir nunca por aquí! Y sigue
hablando sin dejarte apenas meter baza, como cuando érais pequeños, siempre con
su verborrea absorbente. Le sonríes y le palmeas la espalda mientras con el
rabillo del ojo ves a tu princesa, a tu muñequita de porcelana allí sola,
esperando, y le dices adiós para siempre, porque la próxima vez tendrás que
cambiar de zona.
Asco me da!!!!
ResponderEliminarAl menos esta princesa por hoy se salvó...
ResponderEliminar=(
La pena capital no debería estar abolida.
ResponderEliminarUn poco amargo el café de hoy, Charo. Pero tan real que me hizo temblar.
Tu relato es un golpe fuerte, con la propia realidad que contiene. Son esas cosas de las que no quisiéramos leer, ni saber. Simplemente, no se entienden. Solo la mente enferma de estos tipos, pueden albergar deseos tan oscuros.
ResponderEliminarPero no hay que mirar hacia otro lado, ni ignorar lo que acontece en este sentido. Pones en letras una durísima y tremenda realidad.
Besos!
Gaby*
Espeluznante. Me ha sobrecojido.
ResponderEliminarSaludos.
De esas cosas en las que no nos gusta pensar pero que existen.Que te deja con un frío en el cuerpo.Transmite,sin duda.
ResponderEliminarBesos
Nauthiz
Muy bien escrito Charo. Podrías dar el salto a la novela, lo has hecho genial. Un vez más, me sorprendo, gratamente, de tus avances.
ResponderEliminarUn beso grande
¡Joder Charo! ¿Y porqué Márquez? ¡Se te ocurren unas cosas, Márquez, no te jode! Pues a mi me da que el otro también iba de caza.
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