Iván se encontró con su antigua vida el
día que fue a recoger a su hija de cinco años al colegio. Mientras esperaba en
la puerta, un hombre alto y corpulento salió de un mercedes negro aparcado a
unos 50 metros en doble fila, lo miró y le hizo una mueca parecida a una
sonrisa. Era Vladimir. El primer mensaje era que lo habían encontrado, más
tarde vendrían los demás.
Un par de semanas después su hija llegó del
parque entusiasmada diciendo que había encontrado un tesoro en la arena. El color abandonó la cara
de Iván cuando vio lo que era, una ficha
de póker del casino de Montecarlo con el fondo blanco, el círculo azul
característico y un as de picas en el centro. La niña solo sabía decir que lo
había encontrado al lado de un banco donde estaba sentado un señor con bigote
vestido de negro. El señor no le había dicho nada, solo la había mirado y le
había sonreído. Iván sabía lo que significaba eso, querían que pagara su deuda.
No les bastaba con haberle pegado una paliza que lo había dejado cinco meses en
el hospital con las dos piernas fracturadas por varios sitios y la cara surcada
por una enorme cicatriz desde el ojo hasta la comisura de la boca. No les
bastaba con haberle hecho abandonar su país hasta refugiarse en un pueblo de la
provincia de Madrid adonde pensaba que no llegarían sus tentáculos. Ahora
querían destrozarle también lo que más quería en el mundo, lo único que le
había hecho abandonar una vida siempre al borde del abismo, marcada por el
juego y las deudas: su esposa, a la que no le había contado nada de su antigua
vida y su hija, a la que adoraba por encima de todas las cosas.
La
confirmación le llegó pocos días después en un sobre que un mensajero le había
dejado a su secretaria en la pequeña empresa que dirigía. Era una fotografía de
su mujer y su hija en el jardín de su casa. Por detrás, escrito a mano con
mayúsculas: “AHORA EL DOBLE”.
Consiguió reunir la cuarta parte de la deuda
comprometiéndose a pagar el resto en unas semanas, pero la suerte lo había
abandonado. El plazo terminaba y no conseguía reunir el dinero. Esa noche era su última oportunidad. A través de un
antiguo contacto había conseguido que lo admitieran en una partida de cash en
la que se jugarían grandes cantidades de dinero.
Iván
estaba en racha, la suerte había vuelto a sonreírle como en sus mejores
tiempos. Cuando consiguió la cantidad suficiente para pagar la deuda se levantó
de la mesa y se fue a casa con el dinero. Al día siguiente se lo entregaría a
Vladimir y volvería a su vida de antes de que el pasado reapareciera, una vida
feliz, acomodada y tranquila con su mujer y su hija.
Una
alarma se activó en su cerebro cuando llegó a casa y vio las luces de la
habitación encendidas y la puerta de la
calle abierta. Rápidamente subió las escaleras hasta su habitación. El
espectáculo le heló la sangre. Su mujer y su hija estaban tumbadas en la cama,
en un gran charco de sangre, cada una
con un agujero de bala en la frente. En la mano abierta de su hija estaba la
ficha con el as de picas. Ni siquiera pudo gritar, dejó el maletín con el
dinero en el suelo y se dirigió a la caja fuerte situada detrás de una
reproducción de Los Girasoles de Van Gogh, con manos temblorosas marcó la
combinación, la abrió y sacó el revolver que guardaba allí. Estaba cargado. Se
tumbó en la cama al lado de su hija y se disparó en la sien. Murió en el acto.
La policía determinó que el hombre había
matado a su familia mientras dormía y después se había suicidado. Un caso de tantos, aunque quedara sin explicación el
hecho de que esa misma noche el asesino
hubiera ganado en el casino 600.000 euros que no fueron encontrados. El caso
fue cerrado y archivado.