Me despierto en medio de la noche y abro los ojos. Estoy en mi cama.
Miro hacia la ventana abierta, la persiana está subida hasta arriba. Hace mucho
calor, la sábana está mojada a mí alrededor. Poco a poco, una enorme luna llena
empieza a aparecer por una esquina de la ventana. Estoy paralizado, no puedo
mover ni un solo músculo pero soy
plenamente consciente de lo que estoy viendo. El gran disco
resplandeciente ha ocupado todo el espacio de la ventana. La claridad inunda la
habitación como si fuera de día. Mi mente me dice que lo que veo es imposible,
pero mis ojos dicen lo contrario. Las manchas forman una cara siniestra,
espeluznante. Por instinto cierro los ojos y me obligo a mantenerlos cerrados
durante treinta segundos. Mi corazón se acelera e intenta salirse de mi pecho,
lo oigo retumbar en mis oídos. Abro los
ojos de nuevo. La luna se ha alejado de mi ventana, a millones de kilómetros de
mí. El sudor de mi cuerpo se ha enfriado y ahora tiemblo visiblemente, los
dientes me castañetean. Ya puedo moverme. Todavía con el corazón desbocado me
levanto y bajo la persiana hasta no dejar ni un solo resquicio por donde pueda
pasar la luz. Tambaleante, voy al cuarto de baño, abro el armarito de las
medicinas y me tomo un tranquilizante. Me miro en el espejo, estoy pálido como
un cadáver. Mi cara se redondea y empieza a hincharse como un globo,
despendiendo un brillo lechoso. Cierro los ojos y los aprieto fuerte hasta que
me duelen. A duras penas consigo retener las náuseas sin vomitar. Mis piernas se doblan y me sujeto al lavabo para no caerme. Mis manos
se agarrotan, siento la piel de los nudillos tensa, a punto de estallar. Cuando
abro los ojos mi cara ha vuelto a su estado normal, de rasgos angulosos. Poco a
poco mi respiración se aplaca y mis músculos de destensan. Me siento en la taza
del váter e intento relajarme.
Es la tercera vez que sufro este tipo de episodio delirante desde que
volví de mi viaje de Japón. Las tres veces había luna llena. Algo hace clic en
mi cabeza y me vienen imágenes del extraño ritual al que fui invitado por el
embajador para degustar el “fugu”, un bocado tan exquisito como peligroso,
preparado con el Mola Mola, conocido también como Pez luna.
La luna es la hermana guapa del sol..
ResponderEliminarQué bien lo has ido narrando para engancharme a la lectura.El final es toda una sorpresa.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho.
Besos.
Un final inesperado para un texto espeluznante. Me ha gustado.
ResponderEliminarMe alegro de haber venido, porqué me parece haber descubierto a una buena narradora,
Saludos.
Y parece que solo es el comienzo.
ResponderEliminarBueno Charo, me gustó como relataste esta Narración divertida y con sorpresa. Tengas felicidad y buenos escritos.
ResponderEliminarQue tensión y que horror, si es que no puede uno comer ciertas cosas, yo por si las moscas de pez luna, "na" de "na"., Muy buen texto Charo.
ResponderEliminarUn abrazo.
No he ido a Japón ni he probado el fugu, pero he sentido esa experiencia con la luna de agosto en mi balcón y de verdad me aterraba la luna ocupando mi balcón.
ResponderEliminarahhhhhh jajaja esa explicación al final viene a dar algo de racionalidad a lo que parece ser un delirio de lunático! ...muy buen relato que atrapa y logra transmitir al lector un cúmulo de sensaciones que expones con fluidos detalles.
ResponderEliminarUn abrazo!
¡Ostras! mejor no probar según que cosas. He sentido todo el relato, mientras lo leía y me ha impactado.
ResponderEliminarUn abrazo
Como dice Carmen Andujar, hay cosas que es mejor no probar. tremendo tu relato,
ResponderEliminaraunque la sorpresa final esta muy bien. Me gusto leerte.
Besos guapa.
Que horror por Dios me imaginado todo el relato que horrible el de sentirse vaya... ya no comere nada que me sea desconocido o que tenga algún nombre extraño ja ...
ResponderEliminarJajaja muy bueno el final... si es que lo de probar cosas nuevas está muy bien pero luego ya se sabe... los efectos secundarios jaja
ResponderEliminarUn beso!!
Menos mal que nos lo has contado, que si no cuando vaya a Japón seguro me pasa lo mismo y... pido una ración de esa cosa, pero ya no, gracias a ti :) Me gustó ese desenlance.
ResponderEliminarUn abrazo.
Es que uno no debe probar esas cosas extrañas, sobre todo si tienen algo de alucinógenas y si ademas le unimos las historias y leyendas. Nuestra mente es débil.
ResponderEliminarBesitos y gracias por participar.
Muy descriptivo y delirante. Una auténtica prueba para los nervios.
ResponderEliminarPuede ser, puede ser, yo una vez...
Besos
Sospecho que algo tenía ese bocado, y preferiría no comerlo nunca, si después voy a sentirme así.
ResponderEliminarMuy buen relato Charo, suspenso y buen final.
Un beso.
Vaya angustia he sufrido ... has trasmitido de un modo muy vivo esas sensaciones que sufría el pobre protagonista.
ResponderEliminarEn mis notas para cuando viaje a Japón apunto: No comer Mola Mola baajo ningún concepto.
Besos.
Hola Charo, se me pasó comentarte este relato y sólo por ello debería ir al calabozo. Este relato acabará en tu futuro libro, se lo merece. De veras que me ha encantado. Te cuento cómo lo interpreto: si nos vamos al simbolismo de F.García Lorca, la luna suele ser un símbolo de la muerte. Parece como si fuese la muerte la que quisiera entrar por tu ventana, eso te aterrara y la rechazaras como emplazándola para otro momento. Luego te miras al espejo y ves... Bueno, mejor no comer la carne de ese pez. Un beso realmente grande, artista!
ResponderEliminarMuy buena interpretación, no había pensado en la muerte pero si en una fobia a la luna, un miedo aterrador y paralizante que en la realidad existe y se llama selenofobia, aunque existen pocos casos y quizás no tan graves como el que yo relato. Por darle una explicación aunque en realidad no la tiene, se me ocurrió vincularlo con el pez luna que es muy tóxico si no se sabe preparar bien. Gracias por tu comentario. Besitos
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