Sigo haciendo limpieza del blog y rescatando relatos que participaron en Letra Digital de Uruguay en la iniciativa Octubre en LDU. En esta ocasión el relato es del año pasado.
PARECÍA
TENER VIDA PROPIA
Antes de abrir los ojos, Adriana ya sabía que
algo no iba bien. Sentía su cuerpo diferente, pero pensó que podría ser efecto
de la resaca. La noche anterior se había pasado con el alcohol y la nueva droga
que estaba haciendo furor en el mundo de la noche. Vagamente, recordó haberse
ido a casa de una chica que había conocido en un pub para lesbianas. Notaba un
cuerpo caliente y pegajoso al lado del suyo. Poco a poco abrió los ojos
temerosa de lo que iba a encontrarse. El cuerpo con el que compartía lecho no
la asustó, lo que sí la asustó fue el suyo propio. Una mano grande y peluda
parecía ser el final de su brazo. El corazón le dio un vuelco y encendió una
pequeña lámpara que había en la mesilla. Miró su cuerpo desnudo y se horrorizó.
Sin duda todavía estaba dormida porque lo que estaba viendo no podía ser verdad
de ninguna manera, pero si no lo estaba del todo, en ese momento sus sentidos
se despertaron de golpe, levantó las sábanas y observó unas piernas grandes y
velludas que terminaban en unos enormes pies que no reconocía como suyos pero
que se movieron con las órdenes de su cerebro. La pesadilla continuó cuando,
atónita, vio como debajo de su prominente barriga también cubierta de espeso
vello negro apareció un pene erecto. Al borde del ataque cardíaco tocó sus
pechos para comprobar que su suave redondez
se había tornado en algo áspero y flácido. Un gritó intentó salir de su
garganta pero consiguió retenerlo haciendo un enorme esfuerzo. El cuerpo de la
mujer que estaba a su lado se volvió hacia ella permitiéndole verle el rostro.
No tenía la más mínima idea de quién era, pero pensó que sería mejor no
despertarla. Salió de la cama decidida a encontrar un espejo donde poder
mirarse la cara. Había ropa tirada por el suelo de la habitación, reconoció la
minifalda, la camisa negra y los zapatos de tacón que llevaba la noche
anterior, pero era imposible que pudiera ponerse esa ropa ahora ya que su
envergadura era casi el doble.
Cuando se miró en el espejo del cuarto de
baño su desolación fue total al comprobar que la cara que le devolvió el otro
lado era la de un hombre o algo similar, con los ojos hundidos, las cejas
grandes y pobladas, la mandíbula cuadrada y una barba espesa que casi le
impedía ver una boca de labios finos. Las lágrimas empezaron a caer por su
mejilla. Su cuerpo, antes femenino, voluptuoso, suave y estilizado, se había convertido en el de un hombre que más parecía
un mono dada la gran vellosidad que recubría todo su cuerpo.
Esto había sucedido hacía tres semanas y
hasta la fecha nada había cambiado. Cada mañana, cuando despertaba, Adriana se
tocaba ansiosa entre las piernas con la esperanza de que esa parte de su cuerpo
hubiera desaparecido pero no solo no lo había hecho sino que además parecía
tener vida propia y la obligaba a cumplir con ciertas exigencias. Su miembro se
despertaba duro y enhiesto como el mástil de una bandera y Adriana sentía una
enorme ansiedad por liberar lo que llevaba dentro, acariciándose con frenesí
hasta que el líquido blancuzco se derramaba sobre su mano. A veces, también
sentía ese impulso incontrolable a otras horas y en otros lugares que la
obligaban a buscar unos baños o algún rincón apartado para masturbarse. Había
dejado de viajar en metro, porque la simple visión de algún cuerpo femenino tan
cerca de ella que hasta podía oler el aroma de su sexo, la hacía excitarse de
tal manera que tenía que bajarse inmediatamente pues una fuerza imparable que
le nublaba la mente intentaba acercarla hacia ese cuerpo para apretar su
miembro contra él y calmar así el dolor
que le producía la tremenda erección.
Durante un tiempo fue capaz de dominarlo
pero un día el deseo era tan grande y tan imposible de doblegar que se acercó a una chica que estaba de pie
sujeta a la barra del vagón y arrimó el bulto de su bragueta a sus nalgas
enfundadas en unos tejanos. En ese momento sintió un ramalazo de placer en la
boca del estómago, se acercó más a ella y empujó aprovechando el movimiento del metro. La chica
se dio cuenta y empezó a dar voces insultándola, siendo secundada por algunas
personas que la increpaban y la obligaron a bajarse en la siguiente estación.
No volvió a viajar en metro pero no olvidó esa sensación de su miembro duro
empujando el culo de la mujer y esa imagen empezó a introducirse en su cabeza
hasta el punto de que le impedía dormir y tenía que masturbarse hasta cuatro o
cinco veces solo durante la noche, a lo que se sumaban otras tantas durante el
día. Un sentimiento de rabia y de rechazo hacia un físico que le repugnaba y
especialmente a ese apéndice que la tenía esclavizada, comenzó a
apoderarse de su mente pero era incapaz
de resistirse al urgente deseo de masturbarse que la corroía por dentro. Había
dejado de levantarse de la cama excepto para comer algo cuando el hambre, además
de la constante excitación, devoraban su cuerpo. Pasados unos días, cuando la
comida de su frigorífico se acabó e incapaz de salir de casa por temor a que su
deseo compulsivo la obligase a hacer algo que no pudiera controlar, ni siquiera se levantaba al baño para cubrir
sus otras necesidades fisiológicas y su cuerpo permanecía tendido en una mezcla
putrefacta de orines, semen y excrementos, mientras ella se debatía entre las alucinaciones
producidas por su estado febril y enajenado.
Cuando Adriana, encerrada en un cuerpo de
hombre que parecía vivir únicamente para satisfacer un deseo sexual que la
imposibilitaba dejó de respirar, su miembro, lleno de llagas purulentas e
infectadas, siguió desafiándola, permaneciendo erecto cuando la policía, avisada por los vecinos del olor
nauseabundo que salía del piso, echó la puerta abajo y entró en la habitación.
Una transformación terrorifica, como el no poder revertirla.
ResponderEliminarBien por recuperar este texto.
Que habrá pasado con LDU?
Un abrazo.
Gracias Demiurgo!
EliminarEso mismo me pregunto yo, que qué habrá pasado con LDU...es una pena que esté inactivo, a mí me gustaba mucho el mes de octubre.
Un beso
Buen relato que nos deja boquiaboertos Charo. Me alegra vayas rescatando estos tesoros del espacio. Un abrazo
ResponderEliminarGracias Demian...sería terrorífico que algo así me pudiera suceder...
EliminarUn beso
Poco a poco te irás haciendo con tus relatos, paciencia. Éste en concreto da bastante miedillo.
ResponderEliminarUn beso preciosa,
Noa
Gracias Noa! A mí misma me produce mucho miedo...creo que por eso lo escribí, como una especie de catarsis...
ResponderEliminarUn beso
Por fin alguien comprende a los hombres. Un relato bestial. He reconocido a Kafka, cómo no hacerlo, aunque lo que le ocurre a tu personaje me parece incluso peor. Y ese final álgido, entre trágico y cómico, ha colmado todas mis expectativas.
ResponderEliminarUn abrazo.
La esclavitud tiene distintas caras....exclavo del deseo sexual, hasta a acabar con la vida..mal asunto.
ResponderEliminarNauthiz