La sopa casi se le atraganta cuando vio la
imagen de un retrato robot, facilitado por la policía, ocupando toda la
pantalla del televisor. Una de las víctimas había conseguido quitarle el
pasamontañas al violador que estaba causando alarma en la ciudad desde hacía
varios meses. Cejas pobladas y rectas sobre unos ojos pequeños y oscuros, nariz
grande y achatada y boca de labios carnosos en una cara con mandíbula cuadrada.
La cabeza coronada por una espesa mata de pelo negro, corto y peinado en punta.
Era la misma imagen que el espejo le devolvía a Tomás cada mañana cuando se
afeitaba.
La presentadora continuó hablando del
perfil que la víctima había facilitado a la policía: complexión fuerte,
aproximadamente 1,80 de estatura y la voz demasiado aguda para ser un hombre.
Tomás ya no escuchaba porque su cabeza había empezado a darle vueltas como si
fuera una hoja en medio de un tornado.
No acabó la sopa. Se acercó a su mesa de
trabajo y buscó en internet toda la información sobre las violaciones. En el
transcurso de tres meses, el violador había cometido un total de cuatro
violaciones y un intento fallido. Actuaba siempre cuando las mujeres entraban
en el portal a altas horas de la madrugada, las abordaba cuando se disponían a
coger el ascensor, adormeciéndolas con una mezcla de éter etílico y cloroformo
que aplicaba a su nariz con un pañuelo. En todas las ocasiones llevaba la
cabeza cubierta por un pasamontañas. Su última víctima se encontraba acatarrada
por lo que la droga tardó más en hacerle efecto. Esos segundos fueron
suficientes para que pudiera quitarle el pasamontañas y ver su cara. Esa fue la
información que Tomás logró averiguar consultando todas las fuentes disponibles
en internet.
Necesitaba saber más. En el fondo de su
mente empezaba a formarse una pequeña nubecilla en forma de duda. Necesitaba
acceder a los informes de la policía y averiguar los detalles. Le costaría unas
horas romper las medidas de seguridad de su sistema informático. Se sentía
capacitado, su gran predisposición y afición a la informática tendrían que
servirle de algo. Tardó menos de lo que pensaba en acceder a la información.
Consiguió los días y las horas en las que se habían producido todas las
violaciones además de las fotografías de las víctimas. No había huellas digitales,
ni restos de fluidos, ni ADN...la única pista a seguir era el retrato robot.
Intentó recordar. La medicación que tomaba
para su trastorno bipolar le producía episodios de amnesia. Vivía solo. No
tenía familia ni amigos con los que relacionarse fuera de las redes sociales.
Tampoco tenía pareja, no la necesitaba. La mayor parte del día lo pasaba
delante del ordenador como desarrollador de aplicaciones de escritorio. Aunque
ganaba algo de dinero, no le bastaba para vivir por lo que tenía que trabajar
media jornada, de ocho a doce de la noche, limpiando un pequeño laboratorio de
productos químicos.
La fragmentada secuencia de un encuentro
sexual le vino en un pequeño destello que no conseguía concretar. No veía la
cara de la mujer, solo un cuerpo y su miembro introduciéndose en él. La pequeña
nube de la duda se estaba haciendo más grande cada vez. ¿Dónde estaba él los
días y las horas en que ocurrieron los hechos? No era capaz de recordarlo.
Dormía muy poco y de forma muy descontrolada. A veces se despertaba de
madrugada y se iba a correr, otras se ponía a chatear por internet o a jugar a
juegos de rol y FPS.
Volvió a sentarse de nuevo al ordenador. Se
sentía nervioso y hasta ahora no había parado de dar vueltas por la habitación,
intentando recordar. Las imágenes se mezclaban en su mente, inconexas. Veía un
ascensor, pero en el caos de su memoria podía ser cualquiera. Comprobó que a
las horas de las agresiones no se encontraba conectado al ordenador pero eso no
significaba que hubiera violado a nadie. A veces, cuando salía de trabajar se
tomaba una copa en algún club solitario donde contrataba los servicios de
alguna prostituta.
Una imagen con un pasamontañas negro se
introdujo en su mente en ese momento, se asustó. Podía tener fantasías como
todo el mundo... ¿o no? No sabía qué pensar. Su maldita enfermedad a veces lo
llevaba a episodios maníacos que no conseguía recordar. Se consideraba una
buena persona, no quería hacer daño, a pesar de que en alguna ocasión
involuntariamente lo había hecho.
¿Debería ir a la policía y entregarse? ¿Y si había sido él realmente? No
soportaría entrar en la cárcel y mucho menos su propia conciencia por haber
cometido un acto de ese tipo. Se estaba volviendo loco. Recorría la habitación
de un lado a otro con pasos rápidos, tirándose del pelo como si así fuera capaz
de recordar qué hizo aquellas noches. Su cara estaba desencajada por el
esfuerzo, las gotas de sudor le resbalaban por la frente, el corazón le latía
desbocado, se sentaba y volvía a levantarse como si tuviera un muelle.
Otra
imagen cogiendo dos productos en la estantería del laboratorio le cruzó por la
cabeza como un relámpago. La desesperación le impedía pensar con claridad. Las
caras, con los ojos cerrados, de las cuatro mujeres violadas lo atacaron a traición
metiéndose en su cabeza. Esa fue la prueba definitiva para él, la angustia que
le provocaron estos intrusivos recuerdos posiblemente inducidos por él mismo,
le hicieron saltar desde la ventana. Falleció en el acto.
Una semana después, la policía detuvo al
violador del ascensor. Su descripción coincidía en todo con el retrato robot,
pero eso Tomás nunca lo sabría.
aunque la temática me pone el vello de punta, me ha gustado como lo has planteado.
ResponderEliminarGracias Tracy! La temática es dura pero real.
EliminarMuy bien planteado tu relato. Resultó ser una equivocación trágica, creyó ser lo que no era. Pero no lo supo.
ResponderEliminarY tal vez porque el pánico no lo dejó pensar. El contratar los servicios de prostitutas no implica ser violador.
Bien contado.
Un abrazo.
Gracias Demiurgo! Ver una imagen de ti mismo en la pantalla del televisor buscado como violador sin duda te descuadra, más cuando no consigues recordar y mezclas tus propias vivencias con recuerdos que se introducen en tu mente.
EliminarUn beso
joooo...me has helado la sangre con ese final...textualmente lo digo...Un texto perfecto que no aburre y se hace corto de leer...besos
ResponderEliminarMuchas gracias, me alegro de que te haya impactado, de eso se trataba.
EliminarBesos
Quede boquiabierto !! vaya relato!!!!!!!!!! Me encanto
ResponderEliminarMuchas gracias! Me alegro de que te haya gustado.
EliminarNuestros propios miedos y fantasmas nos empujan a veces a finales dramáticos. Pobre Tomás.
ResponderEliminarNauthiz
Muy cierto Nauthiz, nuestra mente nos juega malas pasadas que a veces acaban de forma trágica.
EliminarUn beso
¡Ooohhh! La conjunción de una enfermedad mental más una sobrexcitación de la mente con información sobre el crimen y ¡pam!, la culpa y la incapacidad para vivir en ella. No sólo es un buen argumento sino que la narración te mete poco a poco en la piel del infeliz. Estupendo Charo.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Esther! Has resumido el relato a la perfección.
EliminarUn beso
Dicen que todos tenemos a un gemelo por ahí. De hecho, la idea del doble siempre me ha parecido enormemente atractiva desde el punto de vista literario. Sin embargo, los retratos robots son eso: retratos robots. Lo que pasa es que enfermedad, amnesia y culpa son un cóctel molotov. Un cuento de terror con un punto de historieta de Creepy (la revista que consumía de chaval).
ResponderEliminarUn abrazo.
Yo también consumía esa revista José Antonio, se ve que desde pequeños ya teníamos gustos un tanto extraños...
ResponderEliminarUn beso
Tremendo el relato Charo. Primero el delito, las dudas del protagonista y finalmente esa culpabilidad que no era tal y sus consecuencias.
ResponderEliminarUn desasosegante cuento de terror muy bien narrado y con una tensión que va en aumento.
Un abrazo.