Este jueves nos convoca Montse en su blog La bitácora del mar y nos propone que hablemos sobre el cambio climático y sus efectos sobre el planeta. Hace mucho que no participo en los jueves, pero se me ha ocurrido una historia basada en algunos datos verdaderos, aunque espero que jamás ocurra lo que cuento.
Para leer todos los relatos participantes pinchad Aquí
Como todas las niñas de su edad,
Hanaki, perteneciente a la única tribu aún no contactada por la civilización según el
último informe de la FUNAI (Fundación Nacional del Indio) de enero del 2030,
sabía que llegaría el día en que tendría su primera menstruación. Llegó una mañana como cualquier otra en el
recóndito corazón de la selva amazónica, donde los cincuenta Hi-Merima vivían
ajenos a los grandes cambios que habían ocurrido en el resto del mundo. Su
pequeño ecosistema les permitía seguir cazando pecaríes, tapires y monos,
pescar pirarucús, cultivar maíz y yuca y recolectar frutos secos, plátanos y
piñas además de la deliciosa miel, extinguida en el resto del planeta.
Sin asustarse, se lo dijo a su madre y juntas fueron al chamán para
proceder al rito de iniciación. A partir de ese momento, Hanaki permanecería
aislada durante cuatro días en una pequeña choza a medio día de camino, donde
sería llevada por el chamán y cuya ubicación solo él conocía.
La pequeña mujercita no estaba asustada, pues era algo por lo que otras
jóvenes habían pasado y estaban contentas, aunque todas decían que había sido
doloroso. Tenía provisiones y una hamaca donde dormir, así que aguantaría. La
primera noche durmió profundamente, pero
por la mañana, apenas despertó, sintió dolor en el bajo vientre y una sensación
de frío en todo el cuerpo que nunca había experimentado. Se encontraba en
posición fetal intentando conservar el calor, pero sus manos y sus pies estaban
entumecidos y tardaron en responder a las órdenes de su cerebro. Sus dientes
castañeteaban sin control. Salió fuera de la choza y miró al cielo. Estaba
encapotado y de un color uniforme y gris que le resultó extraño. Algo frío y
mojado cayó sobre su piel desnuda. No era una gota de lluvia. Era algo mágico,
parecido al algodón pero que desaparecía y se convertía en agua. Cayeron muchas
gotas mágicas como la primera y Hanaki, maravillada, miraba al cielo y veía los
copos blancos caer revoloteando a su alrededor. Dolía. Sus manos, sus pies, su
nariz, sus labios, todo dolía, pero sin
duda este era el dolor del que hablaban todas, aunque no pudieran desvelar el
milagro. Se tumbó, convencida de que ese dolor pasaría y se convertiría en una
mujer, ensimismada con el grandioso
espectáculo que la naturaleza le ofrecía. Su cuerpo temblaba sin control, sin
embargo permaneció quieta durante horas hasta que, poco a poco, sus ojos se
cerraron por la hipotermia, sin saber que nunca despertaría, mientras un manto
blanco la cubría por completo.