Hoy, que en Aranjuez han caído los primeros copos de este año, me ha venido a la memoria este relato que escribí hace tiempo y que todavía no había publicado en el blog.
EL PALITO GRIS
Grandes
copos de nieve van cayendo silenciosos sobre el cristal, donde
permanecen un breve instante hasta que son retirados por el limpiaparabrisas.
Blanca está entrando al pueblo por la "cuesta la varga", la entrada
principal, pues se imagina que la otra, con la nevada, estará impracticable.
Tendrá que recorrer todo el pueblo para llegar a la casa de su madre. Hace diez
años que no viene, pero el tiempo parece haberse detenido en este rincón
castellano. A su izquierda, las pozas donde las mujeres venían a lavar la ropa
y de paso a enterarse de los últimos cotilleos del pueblo. Un poco más
adelante, a la derecha, se abre el camino que lleva al cementerio donde su madre venía todos los días a ver a su
padre desde que murió. Debería girar a la izquierda, pero en lugar de eso
siente la llamada de la iglesia y sigue recto. Hace muchos años que no pisa
una, desde que se fue del pueblo. Casi sin darse cuenta se encuentra parada
enfrente del gran portalón. Empuja pensando que encontrará resistencia pero la
puerta se abre silenciosa. Avanza unos pasos y separa los grandes y pesados
cortinajes rojos que separan el porche del interior. Un olor a incienso le hace
recordar su niñez. Dirige su mano hacia la pila de agua bendita para mojar sus
dedos y persignarse pero la retira como si le quemase cuando toca la fría
piedra. La imagen de Santa Águeda, patrona del pueblo, le da la bienvenida
ofreciéndole sus pechos cortados en una bandeja. San Sebastián la saluda
también con el cuerpo atravesado por multitud de flechas clavadas en su cuerpo
casi desnudo. No se oye a nadie. Los tacones de sus botas resuenan en el suelo
de madera mientras se dirige hacia el altar. Desafiante, mira hacia el cristo
crucificado que lo preside y sin arrodillarse, como hacía cuando era pequeña,
continúa hasta la sacristía. El cuarto apenas ha cambiado después de tantos
años, hay un mueble lleno de cajones que va de una pared a la otra. Enfrente,
dos bancos de madera sin respaldo, los mismos que cuando ella iba allí.
Blanquita
está sentada entre su amiga Montse y su amiga Chus. Están en la hora de la
catequesis porque este año tomarán la primera comunión. Don Felipe está
hablando del octavo mandamiento. No robarás. Está citando un pasaje de la
Biblia "vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará
contra vosotros, y devorará del todo vuestras carnes como fuego".
Blanquita no entiende nada pero se imagina la carne comida por el fuego y
siente miedo. Esa visión de las llamas le impide pensar en nada más hasta que
Chus le pega un codazo en el costado. Don Felipe continua diciendo: “no es
necesario que sea algo de mucho valor, el robo es pecado aunque sea de una cosa
insignificante, y no vale con confesarse para ser perdonado, es necesario
devolver siempre lo que se ha robado..." Blanquita piensa entonces en
aquel día en que fueron a jugar a los "juegos reunidos" a casa de
Merceditas. Había un juego que se jugaba con unos palitos del tamaño de un
palillo de dientes, de color gris. Merceditas tenía muchos, y sin que se diera
cuenta, Blanquita se guardó uno en el bolsillo del pantalón y se lo llevó a su
casa. Ahora no puede pensar en otra cosa. Tiene que devolver el palito y luego
confesarse, si no no podrá tomar la comunión y además irá de cabeza al
infierno. Cuando salen de la catequesis Blanquita va directa a su casa. Le
pregunta a su madre si cuando lavó el pantalón encontró algo en sus bolsillos.
Ante su negativa, Blanquita va al cuarto donde está la pila de lavar y mira
bien por todos los rincones. El palito no aparece.
Blanca
vuelve de nuevo sobre sus pasos y se dirige a la salida. Santa Brígida y San
Blas la miran ahora. En la capilla que hay a su derecha está el confesionario.
Una imagen descascarillada de la virgen la preside. Allí está Blanquita,
arrodillada y llorando ante la rejilla. Dentro está Don Felipe. La niña, muy
angustiada, ha ido a buscarlo al bar donde jugaba la partida. Don Felipe le ha
dicho que lo espere en la iglesia, que irá enseguida. La niña respira aliviada
y hace lo que le dice.
La iglesia
está vacía y Don Felipe ha cerrado por dentro para que nadie los moleste, dice.
Blanquita le cuenta entre sollozos lo del palito: que no era su intención pero
que ahora no lo encuentra y además Merceditas se ha ido con sus tíos a Francia
y ya no tendrá manera de devolvérselo, aunque lo encuentre, y ahora no podrá
tomar la comunión y su madre se enfadará mucho y además cuando se muera irá al
infierno. Don Felipe le dice que no se preocupe, que hay otra manera de
solucionarlo pero que no debe contárselo a nadie, porque él la cree y la va a
ayudar. Blanquita respira aliviada y hace lo que le dice Don Felipe que para
eso es cura y sabe perdonar los pecados. Rodea el confesionario, abre la
puerta, entra, se arrodilla y hace todo lo que le dice Don Felipe hasta que al
final le da la absolución.
Blanca
sale corriendo de la iglesia, se mete en el coche y se dirige a casa de su madre.
La nieve continúa cayendo silenciosa y nadie la ve. Cuanto antes empiece, antes
acabará de recoger las cosas que tengan algún valor y se volverá a la ciudad.
La casa ya está vendida.
Al abrir
la puerta de la habitación de su madre, sus ojos se dirigen a la foto de
comunión que hay encima de la cómoda. Blanquita está con sus amigas, todas
vestidas de blanco, todas con un velo y con un rosario en las manos. Todas
sonríen, excepto ella que tiene la mirada triste.